En los próximos dos años, los conflictos en África, la piratería en las costas somalíes y la necesidad de reiniciar el proceso de paz en Oriente Medio serán sólo algunos de los problemas que pesarán sobre los líderes de Estados Unidos y de Europa.
Pero eso no significa que tengamos que pensar en abandonar a los afganos al caos y la violencia en los que gran parte de su país está sumido en la actualidad. Sería una estrategia de consecuencias funestas. Si nos retiráramos precipitadamente, sin duda el Gobierno afgano se derrumbaría y, a continuación, vendría una guerra civil entre los insurgentes talibanes y quienes ostentan el poder local. Un millón o más de afganos abandonarían de nuevo el país, y muchos de ellos terminarían en Europa como refugiados.
Prometer poco y dar mucho es una preciosa virtud; lo contrario, un pecado mortal. Eso significa que hay que abandonar la idea de que podemos convertir Afganistán en un Estado bien gobernado que respete la igualdad entre los sexos y los derechos humanos a la manera europea, porque suscita expectativas que no podemos cumplir y malgasta recursos que mejor sería destinar a otras cosas. El límite de lo factible está en un Estado mejor gobernado, no necesariamente bien gobernado.
Desde el punto de vista militar, hay que aceptar que probablemente no podamos derrotar a los talibanes -sólo el pueblo afgano podrá hacerlo- y que, en este momento, sobre todo en el sur, no parece que eso vaya a ocurrir. Tampoco podemos obligar a los afganos. Si cambian de opinión al respecto, será a su tiempo, no al nuestro. Lo único que podemos hacer es proporcionarles espacio, ayudarles en lo que podamos y esperar que todo salga lo mejor posible. Eso significa incrementar el apoyo al ejército y a la policía del país, que son los que tendrán que hacer el trabajo.
Um artigo interessate sobre o Afeganistão, onde hoje se joga parte da segurança mundial.
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